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100% completado... ¿o 100% quemado? Mi historia con los logros

hace 2 meses

100% completado... ¿o 100% quemado? Mi historia con los logros

<h1>100% completado... ¿o 100% quemado? Mi historia con los logros</h1>

<h2>Todo comenzó con un sonido</h2>

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Hay un momento casi mágico en el que un pequeño sonido, apenas una vibración digital, se convierte en droga. Me refiero al "ping" de un logro desbloqueado. La primera vez que lo escuché fue en una Xbox 360 prestada, después de hacer algo tan mundano como terminar el prólogo de un juego que ni siquiera recuerdo. Pero el sonido se quedó. Y también la sensación. Una especie de microrecompensa emocional, un gol en solitario, un aplauso sin público. Desde ese momento, supe que estaba metido en algo más grande que una simple partida.
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<h2>La trampa de la perfección</h2>

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Cazar logros no es solo un juego dentro del juego. Es una obsesión disfrazada de progreso. Porque sí, uno empieza queriendo completar el 100% por curiosidad, por reto, incluso por amor al título. Pero pronto, esa búsqueda se transforma en necesidad. De repente, ya no estás jugando para disfrutar, sino para tachar pendientes. Cada misión secundaria, cada combo improbable, cada muerte absurda se convierte en una casilla más en una lista interminable. Y cuando por fin llega ese codiciado "100% completado", algo en ti no celebra: simplemente se apaga.
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<h2>Las madrugadas que no recuerdo y los juegos que no amé</h2>

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Hay logros que me enorgullecen. Hay otros que me avergüenzan. Recuerdo noches completas persiguiendo trofeos ridículos: matar a 100 enemigos con una pistola específica, jugar 24 horas seguidas sin apagar el juego, repetir el mismo nivel en dificultad máxima sin recibir daño. ¿Para qué? ¿Por qué? Ni siquiera me gustaban todos esos juegos. Pero ahí estaba yo, atrapado en una espiral de “completismo” que no tenía mucho que ver con el amor por jugar, y sí mucho con una necesidad crónica de validación digital.
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<h2>El vacío que deja el 100%</h2>

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Algo raro pasa cuando completas absolutamente todo en un juego. Por un momento te sientes invencible, como si hubieras conquistado una montaña. Pero después, cuando no queda nada más por hacer, llega el vacío. Porque a diferencia de los buenos finales, ese 100% no te da cierre, sino orfandad. Ya no hay razones para volver, y eso duele más de lo que debería. Hay juegos que amé hasta que los completé. Y hay otros que quizás habría amado más si me hubiese permitido dejarlos incompletos.
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<h2>La trampa emocional del progreso</h2>

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Vivimos en una época donde el progreso es cuantificable. Seguidores, medallas, likes, niveles, barras de carga. El completismo no es solo una enfermedad gamer: es un reflejo del sistema. Estamos condicionados para medir nuestro valor en cifras, y los logros en los videojuegos encajan perfecto en ese molde. Pero me pregunto: ¿cuántas experiencias se diluyen cuando las convertimos en estadísticas? ¿Cuántas historias se pierden cuando solo las jugamos con el checklist en la cabeza?
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<h2>Aprender a no terminarlo todo</h2>

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Hubo un momento clave que me rompió el loop. Fue con <em>Red Dead Redemption 2</em>, un juego que me dio más vida que muchos días de mi propia vida. Cuando llegué al 90%, sentí el impulso de seguir. Pero algo dentro de mí me dijo que no. Que dejar cosas sin hacer también era una forma de respetar el mundo que había habitado. Que no todo tenía que ser completado para tener sentido. Y desde entonces, me permito dejar juegos a medias, mundos abiertos con puertas sin cruzar, personajes secundarios sin su cierre perfecto. Y en ese desorden, he encontrado una forma nueva de disfrutar.
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Si alguna vez te has sentido atrapado entre el placer de jugar y la presión de completarlo todo, quizás te resuene explorar otras formas de expresión personal en el juego. En <a href="https://garagegeeksy.com/reflexiones/">nuestra sección de reflexiones</a> hablamos de esas obsesiones, preguntas y formas de vivir lo digital desde lo emocional.</p>

<h2>Cuando todo termina</h2>

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Hoy, ese "ping" de logro desbloqueado ya no me emociona como antes. A veces lo aprecio, otras lo ignoro. Pero nunca lo odio. Es un recordatorio de una época en la que necesitaba pruebas visibles de que estaba avanzando, aunque fuera en un mundo ficticio. Ahora, busco otros caminos. Los logros que no se desbloquean, pero que se sienten: una conversación inesperada en un RPG, un paisaje que me detuvo el tiempo, una música que me hizo llorar sin saber por qué. No los puedo mostrar. No suman puntos. Pero son míos. Y eso, al final, vale más que cualquier trofeo de platino.
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